miércoles, 9 de diciembre de 2009

El ocupante esta preocupado


El día 4 de Enero de 1978 mi padre Octavio Burotto y otros militantes de la Democracia Cristiana eran detenidos en varios puntos de la sexta Región por organismos de seguridad del régimen militar que encabezaba el general Augusto Pinochet. El delito: organizar un sistema de supervisión y conteo de los votos del plebiscito convocado por la dictadura. Estuvo desaparecido varios días hasta que el gobierno reconoció su detención y lo pasó a la cárcel pública con una acusación bajo la Ley de Seguridad interior del Estado. Tras varios meses fue liberado. Fue victima de torturas. Nuestra casa fue allanada y yo tuve que refugiarme en la casa de un sacerdote en San Fernando.
En el norte del país un grupo de otros dieciséis camaradas eran relegados en distintas localidades del país.

Radio Moscú informó de la detención de mi padre y del hecho de que un ex-intendente del gobierno de Frei Montalva fuera perseguido, esto influyó decisivamente en el reconocimiento de su detención, por parte del régimen, junto con la intervención del Cardenal Silva Henríquez y los camaradas Frei y Tomic.

Dos años después, participábamos en la organización del acto principal de repudio a una segunda convocatoria por parte de Pinochet a un plebiscito, esta vez para aprobar la Constitución elaborada por la dictadura, entre los cuales contó con la participación destacada del ideólogo de la actual UDI, el señor Jaime Guzmán.

Este acto por primera vez convocaba a todos los sectores políticos que estaba en oposición a la continuidad del régimen militar. Mi Padre organizaba la seguridad del acto y a mi dieron la tarea de la iluminación de Frei Montalva dentro del Teatro Caupolican. Fui testigo y actor del doloroso proceso de reencuentro de los chilenos, que al dividirse habían causado la perdida de la democracia y ahora pagaban con sus vidas y la cárcel la perdida de la democracia. Pero se reencontraban en la lucha por los derechos humanos y la construcción de una salida para Chile a la democracia.

Pero recuerdo con especial atención las palabras de Bernardo Leighton esa noche cuando lo fuimos a dejar junto a mi padre, que al comentar la actuación de Don Eduardo esa noche decía: “Estuvo bien el flaco (refiriéndose a Frei) el ocupante (término que él ocupaba para referirse a Pinochet) debe estar preocupado y muy asustado”.
Mi padre captó mejor la reflexión de don Bernardo, que había experimentado en carne propia y la de su mujer Anita Fresno el odio asesino del régimen.

Dos años después, asistíamos al funeral de Don Eduardo, esta vez con mi madre, pues mi padre se encontraba en Venezuela. Mis camaradas de la JDC volvieron impactados de una escuela de formación de verano y participamos en la despedida que el pueblo de Chile le dio al ex-presidente. Me tocó ser uno de los tantos camisas azules que hizo guardia junto a su féretro en la Catedral. Sin duda, el líder había partido y la sombra de la dictadura aparecía mas fuerte, prepotente e intimidadora.

Hacia pocos días el grupo de la DCU de primer año de la escuela de derecho de la U. de Chile habíamos invitado a Don Eduardo a una reunión en la sede del grupo de los 24. Entiendo que esa fue la última reunión que don Eduardo tuvo con jóvenes antes de morir. Esa noche no vimos que lo estuvieran siguiendo, esa noche el mismo manejaba su auto, su imponente presencia su dialogo de envergadura y su visión del futuro era la peor amenaza que el régimen enfrentaba. Sabia Frei que su liderazgo era clave para unir a las fuerzas democráticas

El asesinato de Eduardo Frei Montalva ya no es una especulación de la familia, es un dato duro que los tribunales de justicia marcan con fuego en la historia de Chile.
Frente a este hecho no caben medias tintas, ni comparaciones odiosas. Las sibilinas variantes del lenguaje se acabaron: Frei fue asesinado. Se utilizó la traición y fue cometido como un elaborado operativo de inteligencia, cobarde y secreto.

Independiente de la determinación de todos los responsables el hecho tiene consecuencias en si mismo. Este es el único caso de asesinato de un Presidente en la historia de Chile, que se viene a sumar a los trágicos momentos que marcaron el fin de los presidentes Balmaceda y Allende.

Queda claro también, por la magnitud de la operación y las dependencias de la época, la responsabilidad directa del general Pinochet y de su régimen en este crimen.
Los actores de la época deben pronunciarse sobre este magnicidio. La historia ha ido por cauces pacíficos y democráticos. Los conflictos de la guerra fría están en la historia. Es nuestra historia la que se va configurando venciendo las nebulosas. Nuestras instituciones deben estar a la altura de la verdad revelada y asumir la historia.

Vaya aquí mi homenaje al camarada, al Presidente de los pobres, de los campesinos, de los trabajadores, al demócrata ejemplar. Los ocupantes que están escondidos aún, están preocupados.

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