Al igual que en la primera vuelta electoral el pueblo
soberano se ha pronunciado otorgándole una victoria categórica a Sebastian
Piñera y a la derecha. Sobre este punto no caben dos lecturas.
Atrás quedan las campañas manipuladoras en los medios de
comunicación y en las redes sociales que advertían sobre un fraude o una
manipulación de los resultados por parte de los partidarios de Guillier.
Es notable que la democracia en Chile goce de buena salud,
lo cual representa un gran triunfo de la consolidación democrática de Chile y
la mejor muestra de esto son la disciplina ciudadana de los que votaron, la
transparencia de los resultados y la claridad del reconocimiento del triunfo de
Piñera por su contendor Alejandro Guillier.
Este resultado implica un tremendo desafío para la
ciudadanía que se considera progresista y que apoyó al gobierno y las reformas
impulsadas por Bachelet. La decisión de
Piñera de revertir reformas en: educación, en materia tributaria, en la
regulación de mercados, y de mantener leyes como la de pesca, etc. implican una
base de oposición en negativo clara y precisa.
Sin embargo, cabe preguntarse cuales son los desafíos que deberán
enfrentar las fuerzas de la ahora oposición para forjar la unidad y desarrollar
una alternativa política capaz de reconcursar ante la ciudadanía. Lo primero es
asumir que hemos asistido a la reconstitución de un proyecto conservador que ha
tenido un importante éxito. Nadie se puede lavar las manos en esta derrota y
reservarse para si el rol de Poncio Pilatos.
El proceso de análisis sobre
los resultados recién se inicia.
Será necesario esperar que se disipen las emociones mas
encontradas y las batallas por salvar las imágenes para acometer en todas las
vertientes de las fuerzas del cambio las explicaciones que den cuenta del desafío
y la acción que requerirá.
Creemos necesario asumir que los resultados implican un voto
de castigo de la ciudadanía a la política. Este castigo se expresa en la
abstención y en la perdida de votación de la Nueva Mayoría en primera vuelta y
en la segunda vuelta.
La votación misma del Frente Amplio representa también un
castigo a las formas tradicionales de accionar de la centroizquierda.
La votación de Goic es un castigo al aislamiento y a la falta
de definición.
La ciudadanía castigó a los partidos políticos por su
responsabilidad en actos de corrupción y la falta de renovación de sus
liderazgos.
La incapacidad de tomar medidas ejemplares para demostrar su
compromiso con la política limpia ha sido sancionada, en esta elección así como
en las elecciones municipales.
Que el electorado de derechas haga la vista ancha con sus
candidatos y su probidad, no sirve como consuelo, pues la historia reciente de
Chile demuestra que la conducta practica de los principales sectores que la
componen es mas relativista en materias de probidad y derechos humanos, que la
cultura de la centroizquierda, que percibe como traición la corrupción, y los
derechos humanos como intransables.
La incapacidad de asumir las deficiencias de la gestión del
gobierno y la gestión de la coalición son los elementos claves de una autocrítica
para reconcursar electoralmente pues no
fue suficiente, ni oportuna. Incluso podemos concluir que esta aún no se ha
dado en plenitud.
Aquí hay un fracaso
del Gobierno de la Presidenta Bachelet en la tarea de lograr un recambio y
continuidad de su propio sector. Y también una responsabilidad en la falta de
unidad de la propia coalición que la llevo al poder.
Los partidos de la NM deben asumir este análisis y
desarrollar un proceso de corrección y
limpieza.
La propia candidatura de Guillier intentó catalizar los
elementos centrales de esta evaluación crítica, sin lograrlo. Sin poder
establecer una relación clara con los partidos que la apoyaban y encerrandose
una actitud triunfalista que no se basaba en datos concretos. Por lo cual
debemos, al menos, recoger el esfuerzo enorme del candidato de escuchar y
volver a las organizaciones populares de base, juntas de vecinos, sindicatos,
federaciones, y organizaciones sociales y comunitarias con una actitud
auténticamente democrática de representación. Y no como autoridades de partidos
que se sitúan desde arriba capitalizando las demandas sociales en la forma de
clientelismo y/o marketing político.
Las fuerzas progresistas no se reducen a oferentes en un
mercado electoral, sino que son actores pedagógicos de un proceso de
construcción de demanda popular y de participación democrática en la solución
de los problemas concretos o en los desafíos nacionales.
Los triunfos tienen muchos padres, las derrotas son huérfanas.
Las responsabilidades políticas de una derrota son siempre
difíciles de determinar, pero tienen nombre y apellido. No es el objetivo
personalizarlas en esta breve nota, esa será tarea de los propios partidos y de
los equipo de campaña. Pero enumerar algunos elementos generales es
imprescindible para iniciar la reflexión necesaria y evitar al mismo tiempo
interpretaciones que busquen eludir dichas responsabilidades. Pues incubarían
el germen de derrotas futuras.
Podemos enumerar los elementos de una reflexión autocrítica
inconclusa:
1.- Tardanza, vacilación y ambigüedad para asumir con fuerza
la sanción, evaluación critica, de los actos de corrupción, aprovechamiento de
influencias, pitutismo o sencillamente ausencia de sobriedad y austeridad en la
función pública.
2.- Incapacidad de fortalecer los elementos de convergencia ideológica
y/o programática de los miembros de la coalición y amplificar las diferencias y
los intereses particulares y sectarios.
3.- Debilitamiento de los partidos políticos en las
organizaciones sociales como representantes de sus intereses y de la propia falta
de democracia de sus procesos e instituciones.
4.- Claramente la relación, representación y pedagogía con
el mundo religioso, tanto católico como protestante que fue abandonado a una manipulación maquiavélica de
la derecha, permitiendo una grave tendencia a los integrismos, con claras
consecuencias políticas. Esto como conducta de los partidos, no es progresista, es decimonónico en la
experiencia Latinoamericana.
5.- Las fuerzas progresistas deben asumir una síntesis
superadora de las tendencias del capitalismo compasivo, las terceras vías y la búsqueda
de un supuesto centro electoral.
Dicha síntesis debe basarse a nuestro juicio, en una crítica frontal al principal elemento
del modelo económico que estanca su desarrollo, su dinámica, y que genera
exclusión y desigualdad, como es: la concentración de la riqueza.
Así como la
oligarquización del poder que debe ser enfrentada con una decidida
profundización democrática que permita una mayor distribución del poder político,
tanto territorial, como en el aumento del traspaso de decisiones y
responsabilidades a la ciudadanía.
6.- La incapacidad de hacer la necesaria renovación de
dirigentes que debe asumir la posta de aquellos que vienen desde tiempos de la
democracia pregolpe de estado.
7.- La falta de definiciones democráticas sobre los nuevos
temas de la agenda, críticos para el futuro como por ejemplo el cambio climático,
la concentración de la propiedad de los medios de comunicación, la soberanía
sobre los recursos naturales, el desarrollo de nuevas políticas publicas y la
revisión de las realizadas hasta ahora, la modernización del estado, el rol de
la ciencia, la técnica y el conocimiento en nuestro desarrollo, etc.
Es probable que en estos días estas carencias y faltas no
sean asumidas y queden huérfanas, no es de extrañar, no nos interesa acusar a
nadie en particular. Pero enfrentaremos con claridad y firmeza que la división,
la indefinición, la búsqueda de intereses personales y la irresponsabilidad que
están a la base de la derrota electoral sean convertidas, como en la alquimia,
en un discurso de advertencia que buscaba prevenir la derrota.
Dividir la coalición y no ampliarla, evitar tomar
definiciones sobre las incongruencias del modelo económico, evitar las
primarias y privilegiar los perfilamiento y las búsquedas de identidades
particulares, desorientó a las mismas fuerzas que basaron su éxito en el
esfuerzo permanente por la unidad. La derecha lo exploto bien y nos ganó, sus
aliados fueron los sectores que basaron
su posicionamiento en la divergencia, en una actitud antihistórica.
En este debate que se abre es imprescindible precisar que
toda referencia a la gente y sus deficiencias a la hora de tomar decisiones
ciudadanas, que creemos equivocadas es responsabilidad nuestra y no del pueblo.
No es progresista, ni democrático culpar al pueblo por no preferir nuestras
alternativas o propuestas. Es la responsabilidad de quienes pretenden alcanzar
la representación del pueblo (partidos, líderes), al menos interpretar correctamente sus anhelos,
y por tanto, el primer deber es reconocerlo como el supremo soberano de la
democracia. Sin fe en el pueblo la
democracia se extingue, y sin democracia perece el pueblo.
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